ESPAÑOL Sociedad

En busca de la igualdad

La cultura masái es una de las más falócratas de nuestro planeta. En Arkaria, la Fundación Carpio Pérez intenta cambiarlo mediante la educación de las próximas generaciones.  


El día amanece por encima de los campos de maíz en Arkaria, una pequeña aldea masái al norte de Tanzania, a cuarenta kilómetros al oeste de Arusha.

Ninai es la primera en levantarse. Despierta al mayor de sus hijos, Leposo, para ir a la escuela y prepara algo para desayunar dentro de la choza mientras su hijo se lava con un poco de agua en un cubo. Después sale a ordeñar las vacas con el más pequeño de sus hijos cargado a la espalda, ya que el padre no está.

En el boma no se ve a un solo hombre; y es que la cultura masái es tradicionalmente patriarcal. El hombre es el líder y la mujer es la encargada de cuidar de la casa, ir a buscar agua a la charca, construir las chozas, ocuparse de los hijos y recoger leña para cocinar.

Además, es una sociedad polígama, por lo que los hombres tienen más de una mujer. Por añadidura, en la sociedad masái, cuando un hombre muere, todas las posesiones de la familia pasan a manos de la familia del hombre, de modo que las viudas se quedan sin nada.

En uno de sus viajes a Tanzania, María Carpio Pérez conoció a Mibaku Mollel, hijo de una viuda, quien había sufrido en primera persona las consecuencias de una sociedad tan machista. Conmovida por su historia, María decidió fundar la Fundación Carpio-Pérez para ayudar al colectivo masái más desfavorecido: las viudas y sus hijos e hijas.

Pese a que María sabía que sería difícil cambiar las costumbres arraigadas en la cultura maasai, contaba con que Mibaku era uno de ellos. Sin embargo, aunque Mibaku conseguía que las mujeres lo escuchasen, no fue tarea fácil, ya que tuvo varios problemas con los hombres por ayudar a las mujeres.

Poco a poco fueron probando diversos proyectos para aumentar la fuente de ingresos de las viudas, pero con el tiempo se dieron cuenta que para que el cambio fuera notorio tenían que educar a las futuras generaciones en valores de igualdad y respeto. Y así fue como nació el proyecto de la escuela Eretore.

Gracias a la Fundación Carpio Pérez, muchos de los niños de Arkaria pueden ver satisfecho su derecho a la educación. La escuela proporciona clases de suajili, inglés, matemáticas y educación física a más de cien niños de entre cinco y diez años, a quienes les encanta ir a la escuela, ya que para ellos no es solo un sitio donde estudian, es también un lugar donde jugar con los amigos, beber agua fresca y comer.

Mientras sus hijos están en la escuela las mujeres cumplen con el resto de sus responsabilidades tradicionales. Nateera, por ejemplo, va a la charca a recoger agua. Antes, tenía que cargar veinte litros de agua sobre su espalda durante siete kilómetros para que ella y su nieto pudieran beber, asearse y lavar la ropa. Ahora, gracias a la Fundación Carpio Pérez, dispone de un burro que le ayuda a cargar el doble de agua, lo que le permite poder compartir una parte con las mujeres de su boma que no tienen la suerte de poseer un burro.

Al atardecer, cuando terminan las clases, los niños vuelven a sus casas mientras recogen leña para cocinar. Al llegar al boma, lo primero que hacen es quitarse la ropa del colegio y vestirse con su shuka. Después de jugar un rato, Leposo se encarga de encerrar a todas las cabras de vuelta al corral. Al caer la noche se hace el silencio. Un silencio que persiste hasta el canto del gallo, con la primera luz del día.


POLE POLE
LA ESPERA INFINITA
https://www.carlestamayo.com/

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